El tiempo muere gritando – Javier Domenech

En el proyecto “El tiempo muere gritando” de Javier Domenech nos encontramos con uno de los pasos firmes que desvincula la bidimensionalidad de su trayectoria pictórica, acercándonos a un lienzo que se despliega en el paisaje de proximidad, un cortijo por el que Javier ha pasado en estos últimos años. En su condición vinculante, Javier acude en la búsqueda de María, dueña y conviviente de esta ahora ruina intervenida. En el cortijo, María dejó una serie de vivencias que, gracias al proyecto, se han revelado y fijado como si de una fotografía se tratara, emulsionando en la superficie añeja un blanco de luz y memoria propio de quien pinta a “Plein air”.

Un impresionista que desde el legado propio de la que fuera Firmun Lilium Sexi (Nombre de la actual Almuñecar bajo el Imperio Romano) ha vuelto a cultivar esta técnica que impregna la sabiduría arquitectónica de esta tierra que posteriormente en manos de al-Andalus supo bailar y cobijar en su arquitectura popular las cualidades inherentes de la cal y por supuesto su aplicación como aislante y conservante térmico. La purificación de la cal o calcificación de la caliza en los hormos que salpicaban la sierra nos recuerdan de alguna manera al procedimiento cerámico donde el fuego, tierra, agua y aire son ejes fundamentales en su resultado final.

Domenech captura con esta intervención el paso del tiempo aplicando una capa de cal a cuantos elementos configuran esta ruina: Muros, tejados, muebles y objetos cotidianos. Volteando la luz en la sombra y generando incapacidades lógicas de atrapar la oscuridad iluminando cada uno de los recovecos del inmueble.

En la distancia, la acción se comporta como una obra propia de las primeras manifestaciones del Land Art, donde artistas preocupados por el devenir medioambiental deciden trabajar directamente con la tierra. En España, la necesidad imperiosa de crear nuevos lienzos de esperanza viene de la mano del artista vasco Agustín Ibarrola, que supo como nadie trabajar la luz y el color, distorsionando el propio paisaje y jugando ópticamente con la propia materia pictórica. Así pues, en esta técnica de la anamorfosis también vemos ejemplos del fotógrafo francés George Rousse, que no duda en engañar al espectador al trasladar al único punto de vista la experiencia estética y estática de la imagen fija. En el caso de Javier nos invita a pasear y a movernos por la obra.

Estrategias de disfrute que nos evocan a las intervenciones donde Christo y Jean Claude juegan a desactivar la propia función real de la arquitectura para convertirlas en grandes paquetes, desproveyendo de materia y analizando morfológicamente la piel que separa lo público de lo privado. Volviendo al proceso vivencial, María nos cuenta que ella nació en este cortijo donde vivió con sus padres y hermanos. Su relato complementa y distorsiona de alguna manera el goce extraño de contemplar desde la visita doméstica la momificación calcárea propia de los corales que bañan las aguas de Almuñécar atrapando el tiempo. Gritando desde el mutismo selectivo que Javier ha querido dejar en este nuevo paisaje, como si de antaño se tratara, volviendo a lucir la blancura que recibirá las primaveras de este cortijo inútil como la propia filosofía del arte abocado a la contemplación.

Formalmente tal y como artistas de los años 60 hicieran, Javier documenta la acción intentando elaborar y trasladar al espectador un cuaderno de bitácora lo más fiel a la experiencia personal, donde el sonido de los brochazos tenga aún más valor que la propia pintura, donde la conversación adopte uno de los valores propios que ya Nicolas Bourreaud nos descubre a través de la estética relacional. La palabra como instrumentalización de la idea, la imagen poliédrica de un recorrido fragmentado por las pisadas de quienes tuvieron la oportunidad de visitar in situ la propia intervención.

Miguel Ángel Moreno Carretero

 

Esta muestra se podrá visitar desde 19 de octubre al 25 de noviembre de 2024.